Alexandra dio un paso más cerca, desafiante, mientras lo observaba con el traje impecable que lo hacía parecer un extraño.
— Entonces será mejor que te vayas acostumbrando, porque en tu “reino” acabas de meter a una reina. Y las reinas no se arrastran ni obedecen a bufones disfrazados de caballeros.
Él entrecerró los ojos, sosteniendo las riendas del caballo.
— Hablas demasiado para alguien que todavía no entiende las reglas del juego.
— No necesito entenderlas. — Alexandra lo interrumpió, clavándole la mirada —. Yo hago mis propias reglas, y te guste o no, ya no estoy dispuesta a seguirte el juego.
El caballo bufó, golpeando el suelo con las patas, como si percibiera la tensión. Él sonrió de medio lado, esa sonrisa arrogante que mezclaba burla y peligro.
— Veremos cuánto te dura esa rebeldía cuando las luces se apaguen y no haya nadie más escuchando tus discursos.
Alexandra se inclinó apenas hacia él, sus ojos brillando con determinación.
— O veremos cuánto te dura a ti tu soberbia c