Capítulo 47
Noche de confesiones
Me incorporé sin pensarlo. Avancé un paso hacia él, luego otro, hasta quedar apenas a un par de metros. Dudé. Mis dedos temblaban levemente y sentí que el aire entre nosotros pesaba demasiado. Lo observé en silencio: su pecho subía y bajaba de forma irregular, como si el autocontrol se le estuviera escapando entre los dedos.
—¿Erick? —mi voz fue apenas un susurro.
Él no respondió.
—¿Qué ocurrió? —insistí con más suavidad.
Fue entonces cuando bajó las manos lentamente. Su mirada se encontró con la mía, intensa, dura… pero rota. Como si esa armadura de hielo que llevaba puesta comenzara, poco a poco, a resquebrajarse.
—Nada que deba preocuparte —dijo, con esa voz grave que tantas veces usó conmigo, como un escudo, como una barrera. Pero esta vez no logró esconder del todo la verdad. Había algo más. Una sombra en sus ojos.
—No me mientas —susurré—. Estás herido.
—Estoy bien.
—Estás sangrando —dije, señalando uno de los cortes en su brazo que aún goteaba.