La mansión Winchester aún respiraba los ecos de la fiesta de compromiso. Afuera, los arreglos florales comenzaban a marchitarse bajo el frío de Vermont, y los autos de lujo se habían marchado hacía horas. Pero dentro de la casa, en el segundo piso, la tensión entre Noah y Denisse seguía viva, latente, casi peligrosa.
Denisse se encerró en su habitación apenas terminó la celebración. No quería ver a nadie, mucho menos a Noah. Todavía podía sentir el peso del beso en sus labios, un beso que no tenía derecho a significar nada, pero que la había dejado temblando como si hubiese tocado un cable eléctrico.
Ese beso no debía importarle. Era parte del contrato. Parte del papel.
Pero sí importó.
Se recargó contra la puerta y dejó caer la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos, tratando de recobrar el aire. Su teléfono vibró sobre la cama. Lo tomó sin pensar… y el corazón se le hundió como una piedra.
Un nuevo mensaje. Del mismo número oculto.
“Quedan dos semanas. Ya sabes la cantidad. Más te va