Damián llegó al club y estacionó su auto frente a la entrada principal. El lugar estaba en silencio, con un aire de tensión contenido. Apagó el motor, se bajó con rapidez y caminó hacia el lado del copiloto.
Abrió la puerta de golpe.
—Baja —ordenó, tomándola del brazo sin darle opción a replicar.
—¡Oye! —protestó Luna, frunciendo el ceño—. ¡Me estás empezando a hartar! ¿Qué hacemos aquí?
—Solo camina —respondió Damián sin mirarla, su voz baja pero firme como una orden militar.
Ella quiso resistirse, pero sus piernas lo siguieron. Era como si algo en él la obligara a obedecer. Algo que no comprendía. Algo que no era humano.
La manada ya lo había olfateado. Todos sintieron que su Alfa había llegado, y se pusieron alertas, observando con atención. Algunos inclinaron la cabeza a modo de saludo cuando Damián pasó frente a ellos; otros simplemente se quedaron inmóviles, atentos a la mujer que venía a su lado.
Luna caminaba con la cabeza en alto, aunque sentía todas las miradas clavadas sobr