Narella no retrocedió ni un solo paso. Su respiración era intensa, el pecho subía y bajaba con violencia, y dentro de ella, su loba interior rugía, salvaje y triunfante. La vibración de la furia contenida la recorría entera, como si estuviera a punto de explotar en un estallido de colmillos y fuego.
—¿Yo? —su voz cortó el silencio como una daga afilada—. ¿De qué estás hablando, Selith? ¿Qué insinúas? ¿Acaso me acusas a mí de algo? Yo no hice daño alguno. A menos que... —sus ojos brillaron con una chispa oscura— ¿la copa tenía veneno?
Se llevó una mano al pecho, fingiendo sorpresa con teatralidad, pero sus ojos destilaban furia contenida y algo más profundo: desdén.
—¡¿Querías matarme a mí?! ¿A tu esposa? —soltó con rabia, pero también con una sonrisa amplia, depredadora, que mostraba los colmillos apenas bajo sus labios tensos—. Qué conveniente, Selith. Qué hermoso intento de despedida. Pero no fui yo la que organizó esta cena envenenada. Ustedes quisieron asesinarme. Tú, Katya... junt