Narella intentó apartarlo. Sus manos temblaban, presionando su pecho desnudo con desesperación.
Quiso huir de ese beso ardiente que la arrastraba como fuego en la piel, pero su cuerpo... su cuerpo no le obedecía. Era como si todo lo que ella era se disolviera en ese instante.
—P-príncipe... —murmuró, sin aliento, con los labios aun temblando.
Pero Alessander no parecía oírla. Sus ojos, antes tan intensos, oscuros como la noche sin luna, ardían con un deseo salvaje.
Sus manos acunaban su rostro con ternura y desesperación, como si necesitara tocarla para no perderse del todo.
La besó otra vez, con fuerza, con hambre.
Y Narella... Narella no pudo resistirse. Se dejó llevar, cayendo junto a él en el agua helada de la bañera, que apenas lograba calmar el incendio que los envolvía.
Entonces, sin previo aviso, los ojos del príncipe cambiaron. La oscuridad se disipó como si nunca hubiera estado allí, y en su lugar regresó el azul eléctrico de su mirada. Esa mirada noble, firme... humana. Como