—Narella… —La voz de Alessander se quebró—. ¿Qué estás diciendo? ¿Acaso no entiendes que no puedo amarte? —gritó con desesperación, como si esas palabras fueran un látigo contra su propio pecho.
El corazón de Narella se estremeció como si una garra lo hubiese descorazonado, pero no dejó que su dolor se reflejara demasiado.
No podía. No ahora.
—No estoy pidiendo tu amor —susurró, con una fuerza que no sentía realmente—. Solo quiero salvar tu maldita vida. Solo quiero que consigas la cura y salves tu reino. Eso es todo. A cambio… tú me concederás un deseo. Uno solo. Es lo único que quiero de ti, Alessander. Nada más.
Él la miró, desconcertado, como si de pronto ya no supiera quién era esa mujer frente a él.
Todo había imaginado, menos eso. Su ceño se frunció, sus labios se entreabrieron apenas.
—Entonces… ¿Estás diciendo que…? ¿Si nos apareamos… el veneno se irá?
—Exacto. Eso fue lo que dijo el médico del consejo. Si te unes a mí… si aceptas el vínculo… el veneno será eliminado de tu si