En el camarote del barco.
Narella caminaba de un lado a otro, con el corazón desbocado y los nervios a flor de piel.
La madera del suelo crujía bajo sus pies descalzos, y el tenue vaivén del mar parecía no calmar la tormenta que sentía dentro.
El aire del camarote estaba impregnado de sal, humedad… y de algo más.
Algo que no comprendía del todo, pero que ardía dentro de ella como fuego líquido.
Quería escapar. Por un instante, pensó en abrir la puerta y correr, huir al frío del exterior, sumergirse en el océano si era necesario. ¿Qué demonios le estaba ocurriendo?
Entonces, lo sintió. Ese calor embriagante.
Esa oleada intensa que le trepó por la columna como una corriente eléctrica, erizándole cada vello del cuerpo.
Era como si su propia sangre comenzara a hervirle por dentro. Sus piernas temblaron. Su aliento se tornó irregular.
Era una sensación primitiva, salvaje, desconocida… pero también inevitable.
Entonces lo supo.
—El celo… —susurró para sí misma con los labios entreabiertos.