—Chris, hay gente afuera —exclamó Alisson con labios temblorosos.
Su pecho subía y bajaba en una sincronía mágica. Christopher podía observar como sus pechos se movían a un compás perfecto. Respiró el olor de su cuello y se tragó toda su esencia logrando que Alisson temblara. El aliento cálido de Langley hacía que sus vellos se erizarán y que todo su cuerpo se contrajera.
—No me importa la gente —exclamó moviendo la silla giratoria y dejándola enfrente de él.
Los senos grandes y redondos como una manzana iluminaron su vista. Sus pezones no eran rosados, eran rojos fuego. Se lamió el labio como si fuera bebé al que iban a alimentar y luego se agachó a la altura de su pecho. Alisson se quedó quieta dejando que sus manos recorrieran el medio de sus tetas. Sintió cómo sus dedos enviaban descargas eléctricas a toda su piel y como un charco se formaba entre sus pliegues.
—¡Tómalas ya! —habló casi que suplicante.
Christopher esbozó una sonrisa traviesa al ver las mejillas enrojecidas de Alis