La habitación de Christopher era amplia, con una cama king size vestida en sábanas de seda negra. Había cuadros en las paredes y un escritorio de madera pulida. La opulencia y la elegancia se podían sentir en el ambiente, pero también la soledad y la tristeza. Desde que Alisson se había ido de su vida, él no era más que un espectro andante, un hombre solitario y una máquina de trabajar. O quizás aquel era su mecanismo para soportar la vida sin ella. Sí, tenía a Mateo, y a pesar de que lo amaba y era su hijo, aún era pequeño y, aunque le costaba reconocerlo, no sentía una conexión especial con él. Christopher creía que era por el hecho de que aún era un bebé; sin embargo, en el fondo había algo que le causaba ruido. Suspiró, apoyando su cabeza en la puerta y dejando la maleta a un lado. En ese preciso momento, la imagen de las niñas que había conocido en el aeropuerto llegó a su mente.
«Qué hermosas niñas. Ryan tiene razón: si hubiera tenido un hijo con Alisson, seguramente habría sali