El sol se colaba por las enormes cortinas de color salmón y pegaba de manera cálida en el rostro albino de Alisson. Su piel pálida y lisa, brillaba con una intensidad sorprendente mientras sus grandes pestañas se movían con delicadeza mientras abría los ojos. Sentía como alguien la observaba con intensidad y, con un amor profundo: era Nathan su hijo menor. Era el más pegado a ella y a menudo hacía eso, mirarla mientras dormía.
—¿Qué haces ahí mi amor? —preguntó ella con voz dulce sentándose en la cama.
Nathan sonrió de lado, logrando que Alisson sintiera como su corazón se derretía por el pequeño hombrecito de tres años.
—Estaba esperando que despertarás, Emma y Mía se fueron con Dorotea a buscar a tío Michael al aeropuerto —Explicó el niño con una fluidez que sorprendería a cualquiera, menos a Alisson.
Sus niños habían desarrollado un coeficiente intelectual muy alto y a menudo hacían o decían cosas de niños más grandes. Incluso, a su corta edad ya sabían leer y escribir algunas pala