Austin dio un paso al frente, algo inseguro. Sus botas crujieron sobre la grava del jardín mientras las luces titilaban sobre ambos hombres. Robert lo observaba fijo, con esa mezcla de severidad y afecto que siempre lo había caracterizado. Durante unos segundos, ninguno de los dos se movió. El aire entre ellos parecía cargado de años sin palabras, de promesas rotas y silencios que habían dejado cicatrices.
Entonces, Robert fue quien rompió la distancia. Caminó despacio hacia él, con la espalda recta y el rostro apenas iluminado por las guirnaldas. Cuando quedó frente a Austin, dejó escapar un suspiro y lo atrajo hacia su pecho en un abrazo firme, inesperado.
—Me alegra mucho verte con vida, viejo mañoso —murmuró, apretándolo con fuerza.
Austin soltó una carcajada ronca, sorprendido por el gesto.
—Te engañé y amé verte en mi supuesto funeral —dijo entre risas—. Desde lejos, casi llorando. Siempre tan blandengue.
Robert lo empujó apenas para mirarlo a los ojos.
—Tonterías. Solo me estab