Más tarde salimos a caminar. Sin destino. Solo andar.
Me compré un café por capricho.
Entramos en una tienda de discos solo porque la fachada era bonita.
Probamos galletas en una panadería húngara escondida en una calle que nunca habíamos recorrido.
Cada paso era una elección.
Cada esquina, una primera vez.
Y al mediodía, sin pensarlo, le dije:
—Cassian… quiero hacer algo más.
—¿Algo peligroso?
—Algo simbólico.
—¿Tipo tatuaje o tipo cortar el flequillo?
—Peor. Quiero… ir a un sitio a hacerme una foto de carnet.
Él se detuvo, como si no hubiera comprendido.
—¿Una foto de carnet?
—Sí. Una de esas que salen en cinco minutos y no puedes editar.
Quiero tener una imagen mía de ahora. De esta versión de mí. La que no está prometida a nadie. La que no está maquillada para gustar. La que no se peina para encajar. Solo yo. Como soy. Como me siento. Como quiero recordarme en este instante.
Él sonrió, casi emocionado.
—¿Sabes? Me estás dando ganas de hacerme una también.
—Pues vamos.
Y lo hicimos