Amanecía en Florencia.El cielo pálido y las primeras voces de la ciudad se colaban por el ventanal abierto, pero dentro de la habitación todo seguía suspendido en ese silencio raro, expectante.Yo estaba despierta, tumbada de espaldas, sintiendo todavía en mi piel el eco de la noche anterior. Él también. No dormía. Solo respiraba junto a mí, en silencio.Günter giró la cabeza y me miró, como si hubiera algo que no pudiera seguir guardándose.—Ya estamos casados, Olivia —dijo, sin dureza, sin frialdad. Solo con resignación—. Lo estaremos toda la vida.Esperé, sabiendo que venía algo más.—Así que lo mejor —añadió— es que dejemos de hacernos la vida imposible. El pasado… es pasado. No podemos cambiarlo. No podemos vivir eternamente en él.No había disculpas. No había promesas vacías. Solo una sinceridad desnuda, inesperada.—¿Qué propones? —pregunté, sin rastro de ironía.Se incorporó un poco, mirándome desde arriba, más serio que nunca.—Una tregua —dijo—. Dejemos de hacernos daño. Ap
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