La sala de terapia estaba en penumbra, como si la luz suave fuera una invitación al desarme. Lara nos esperaba sentada, con su libreta cerrada en el regazo. Günter llegó puntual, como siempre. Se quitó el abrigo en silencio y me saludó con un leve roce en la espalda. Llevábamos un mes asistiendo a estas sesiones, pero algo en su postura ese día era distinto. Más tenso. Más contenido.
—Hoy me gustaría que habláramos de lo que no se dijeron cuando Olivia se fue a Boston —dijo Lara, sin rodeos—. No de lo que pasó alrededor. Solo… de lo que se callaron. De lo que dolió.
Günter no dijo nada de inmediato. Miraba al suelo, los dedos entrelazados, los hombros rígidos. Yo tampoco hablé. El silencio de esa tarde no era un refugio, era un campo minado.
—Me sentí reemplazado —dijo él, de pronto—. No por Cassian. Por tu decisión de irte sin mí. Por la forma en que lo hiciste. Como si no valiera ni siquiera una despedida clara.
Me obligué a sostener su mirada. Lo había escuchado antes, pero no así.