Nos quedamos en el sofá. No juntos. Pero cerca.
Él se quedó dormido con la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado, como si hubiera estado escuchando hasta el último segundo. Yo me quedé despierta un poco más, observando cómo el silencio ya no me pesaba.
El reloj marcaba las dos de la madrugada cuando me levanté y apagué la vela.
Le puse una manta encima, sin tocarlo apenas. Después me fui al dormitorio. No cerré la puerta.
Esa noche no soñé. O quizá sí, pero no lo recuerdo. Y eso también fue un alivio.
Por la mañana, la luz entraba sin esfuerzo por las rendijas de la persiana. No era una luz agresiva. Era de esas que invitan a despertar con calma.
Fui a la cocina. Él no estaba. Solo un cuenco con café frío en la encimera y otra nota.
Más breve. Más simple.
Günter Ryker: Tuve que irme al trabajo y no quise despertarte. Olvida, no quiero volver a ser el motivo de tu duda. Si me quieres en tu vida, llámame.
La leí varias veces. No supe si era cobardía o respeto. Quizá un poco de ambo