Dormí poco.
No porque no pudiera. Sino porque mi cuerpo aún no había entendido que el peligro ya no estaba.
La costumbre es un enemigo silencioso. Te hace dudar incluso cuando has elegido con firmeza. Me desperté antes de que sonara el despertador. Me quedé mirando el techo, escuchando los ruidos pequeños de la casa. Un grifo que goteaba, una persiana que se movía con el viento, el crujido leve de la madera bajo los pasos de nadie.
No sabía si Günter seguía allí. No salí a comprobarlo.
Desayuné lentamente. Tostadas, otra vez. Pero con mermelada de higos esta vez. Me las preparé como si esperara a alguien. Con el mismo cuidado que uno pone cuando aún hay ilusión. Pero la ilusión era hacia mí. Hacia este presente limpio, sin promesas pero también sin cargas.
Encendí la radio. Una canción suave, de esas que parecen abrazarte por dentro. Tomé el libro de poesía y lo abrí por una página al azar. Leí:
"Hay decisiones que no se toman, se revelan."
Suspiré.
Me vestí con calma. Ropa sencilla,