La madrugada envolvía la clínica en un silencio solo roto por el zumbido de los equipos. Clara revisaba inventarios cuando el sonido de un vehículo pesado cortó la quietud. Una tensión inusual se propagó por los pasillos. Los técnicos, normalmente imperturbables, se movieron con un respeto que rayaba en el temor.
El segundo paciente de importancia llegó escoltado por dos guardias de élite. Sostenían a un hombre mayor que se apoyaba en ellos con dificultad. Su rostro era un mapa de violencia, surcado de cicatrices. Pero más allá de las marcas, irradiaba una autoridad silenciosa que hacía que todos a su paso se apresuraran. Lo llamaban "El Profesor".
Fue conducido al quirófano. Clara lo esperaba, con guantes estériles y el corazón acelerado. Lo ayudaron a subir a la mesa. Vestía ropas sencillas, pero su mirada, a pesar de la fiebre, era aguda y escrutadora.
—El Profesor. Herida infectada en el muslo izquierdo —informó un guardia antes de retirarse.
Clara se acercó. El olor a tejido necr