La fría desaprobación de Félix colgaba sobre mí como una nube tóxica durante todo el trayecto de regreso a la casa segura. «Las consecuencias serán suyas. Y solo suyas.» Sus palabras, tan deliberadamente distantes, eran un castigo más efectivo que cualquier encierro. Me había retirado su apoyo, su red de seguridad. Me había dejado caer en libre albedrío, y el peso de esa libertad era insoportable.
El silencio del teléfono era ahora un recordatorio constante de mi insubordinación. No había más mensajes, ni órdenes, ni el reconfortante «buena chica» que había llegado a anhelar. Solo el vacío digital, que gritaba más fuerte que cualquier reprimenda.
Al llegar, la casa ya no se sentía como un refugio, sino como una celda a la espera de una prisionera condenada. Revisé el sistema de seguridad por puro reflejo, cada botón y sensor una mueca de un control que ya no sentía que tuviera.
¿Y si tenía razón? ¿Si la subasta era una trampa? ¿Si John estaba allí, o alguien del Consejo que me reconoc