Las dos palabras parpadeaban en la pantalla, frías e impersonales. «Sabe todo.» ¿Quién? ¿John? ¿Sabía lo del cargamento? ¿Sabía que yo era quien lo había descubierto? El pánico, un viejo enemigo, se alzó como una ola de hielo en mis venas, amenazando con arrastrarme.
Respiré hondo, forzando la calma. ¿Era una trampa? ¿Un intento de asustarme para que cometiera un error? Miré a mi alrededor, la suite de repente se sintió como una celda elegante. ¿Estaba siendo vigilada? ¿Era el mensaje de un aliado secreto o de un enemigo jugando conmigo?
No podía correr el riesgo. No podía ir a Félix con esto, no sin saber más. Él vería la duda como una debilidad, y en este juego, la debilidad era mortal. La daga escondida en el cajón parecía latir con una presencia propia. Para cuando el mundo en blanco y negro necesite un poco de rojo.
Apreté los puños. Si John lo sabía todo, nuestra ventaja se esfumaba. Amanda estaba en mayor peligro que nunca. Y todo, absolutamente todo, dependía de lo que hiciera