El amanecer encontró a Clara sentada en la cama, mirando fijamente las dunas bañadas por la luz tenue. Las lágrimas de la noche anterior se habían secado, dejando a su paso una claridad gélida. La amenaza de Félix resonaba en su mente como un tañido fúnebre. "Aislarlos de tu influencia." No era una amenaza vacía. Era una promesa. Y ella, con su conocimiento de la ley no escrita del mundo de Félix, sabía que tenía los medios y la despiadada determinación para cumplirla.
Algo se había quebrado y reconfigurado dentro de ella durante la noche. El instinto de supervivencia, ese mismo que la había llevado a operar bajo fuego enemigo y a negociar con locos, se había fusionado con el nuevo y abrumador instinto maternal. Ya no era Clara Montalbán, la doctora, la estratega, la amante. Era, ante todo, la madre de los dos seres que crecían en su vientre. Y una madre acorralada es la criatura más peligrosa y calculadora.
Cuando Anya entró en la suite con el desayuno, se encontró con una escena dif