La rutina en la Clínica San Miguel había adquirido una cualidad mecánica, un ritmo de eficiencia fría que ocultaba la tormenta silenciosa en su núcleo. Clara se movía por los pasillos con la precisión de un autómata, su bata blanca ondeando tras ella como un estandarte de normalidad forzada. Dos semanas habían pasado desde su colapso en la enfermería, y en ese tiempo había erigido una fortaleza alrededor de su secreto, ladrillo a ladrillo, con la determinación feroz de quien se sabe acorralada.
Félix la observaba como un halcón, su instinto de depredador alerta ante el más mínimo cambio en su presa. La veía más delgada, los pómulos marcados bajo una palidez que el cansancio no justificaba del todo. Notaba cómo evadía su contacto, cómo sus sonrisas eran breves y no llegaban a sus ojos, cómo siempre parecía tener una excusa para escapar de cualquier momento de intimidad. La confianza, ya fracturada por su pacto con Valeria, se resquebrajaba aún más bajo el peso de este nuevo muro que Cl