El aire en el conducto de ventilación era denso, polvoriento y difícil de respirar. Clara seguía a Marcos, quien se arrastraba con una determinación feroz, ignorando el dolor que debía estarlo atravesando. Los disparos de Alessio habían cesado, pero la amenaza pendía sobre ellos como una losa.
—Marcos, tu herida —jadeó Clara, viendo la mancha oscura que se expandía en el vendaje de su costado.
—No importa —respondió él, sin detenerse—. Tenemos que poner distancia. Ese conducto desemboca en una sala de máquinas según los planos que revisé. Desde allí, tal vez tengamos más opciones.
Detrás de ellos, en el despacho, Alessio maldecía en voz baja mientras vendaba apresuradamente el hombro de Leo. —Idiota útil —le espetó, sin un ápice de compasión—. Pero aún no ha terminado. Ellos están acorralados. Y yo conozco este lugar mejor que nadie.
Alessio se llevó un pequeño dispositivo de radio de onda corta, una de sus contramedidas análogas. —Todos los puntos. La doctora y un intruso están en lo