El aire en el nivel subterráneo de la Clínica San Miguel era frío y quieto, filtrado por sistemas de recirculación que no permitían el más mínimo rastro del mundo exterior. La celda de máxima seguridad no era un calabozo, sino la culminación de una pesadilla aséptica. Dentro, bajo la luz clínica de LEDs empotrados, Alessio Rossi estaba sentado en la única pieza de mobiliario, una banqueta fijada al suelo.
Al otro lado del cristal, en la sala de observación sumida en la penumbra, Félix y Clara lo observaban en silencio. La tensión de los últimos días, la lucha en el búnker, el rescate, todo palidecía ante el nuevo problema que tenían frente a ellos. La tregua forzada por la supervivencia aún se mantenía, un puente endeble entre ellos.
Gael, desde su consola portátil conectada a los sistemas de la celda, rompió el silencio. Su voz era un susurro cargado de gravedad. "El interruptor de hombre muerto es tal como Kael describió. Es sofisticado y tiene capas de seguridad. La principal es un