El golpeteo furioso en la puerta de acero cesó tan abruptamente como había comenzado. Un silencio pesado, roto solo por el jadeo de Clara y el zumbido de las luces de emergencia, llenó el corredor oscuro. Alessio había comprendido que forcejear era inútil. Ahora sería la calma antes de la tormenta; estaría ideando otra forma de llegar a ella.
Clara se puso de pie, temblorosa, apoyándose en la fría pared de cemento. Estaba atrapada, pero temporalmente a salvo. Tenía que moverse. Alejarse de esa puerta. Buscar otra salida, otra ventaja.
El corredor era corto, con solo dos puertas además de la sellada del estudio y la del laboratorio quirúrgico. Una, al final del pasillo, era metálica y sin marcar. La otra, a mitad de camino, era de madera. Clara optó por la de madera, esperando que fuera una oficina o un almacén, no otra cámara de horrores.
La puerta cedió fácilmente. La habitación era pequeña, un despacho austero con un escritorio, una silla y estanterías vacías. Pero en la pared opues