El viaje por el camino forestal fue brutal. El todoterreno sacudía a Clara de un lado a otro, las ramas golpeaban los cristales blindados. Sus captores, dos hombres vestidos de negro y con pasamontañas, permanecían en un silencio absoluto, solo roto por las instrucciones secas que recibían por el comunicador. Clara se concentró en memorizar cada giro, cada cambio en el sonido del motor, cualquier dato que pudiera ser útil.
Después de lo que pareció una eternidad, el vehículo se detuvo frente a lo que parecía una pared de roca cubierta de musgo y enredaderas. Uno de los hombres bajó, introdujo una secuencia en un panel oculto y, con un ruido sordo, una sección de la roca se deslizó hacia un lado, revelando una oscura abertura lo suficientemente grande para el vehículo. Entraron y la puerta se cerró detrás de ellos, sumiéndolos en una penumbra solo rota por los faros.
Estaban dentro del búnker.
El aire era frío, seco y olía a metal, aceite y algo más… un tenue aroma a formaldehído y ele