Las horas en la suite de Alessio Rossi se arrastraban con una pesadez opresiva. Clara recorría la habitación una y otra vez, sus dedos acariciando los lomos de los libros antiguos sin realmente verlos. Su mente era un torbellino de planes y contingencias. La amenaza contra Anya era real e inminente. No podía permitir que una persona más sufriera por su causa.
Finalmente, tomó una decisión. Se acercó a la puerta y golpeó con firmeza.
—¡Necesito hablar con Rossi! —exclamó, proyectando su voz para que fuera audible a través del metal.
Minutos después, la puerta se abrió. Uno de los guardias la miró con expresión impasible.
—El señor Rossi está ocupado.
—Díganle que he reconsiderado —declaró Clara, manteniendo la mirada firme—. Pero que hay condiciones. Exijo hablar con él. Ahora.
El guardia dudó, luego habló por su comunicador. Después de un breve intercambio, asintió.
—Venga conmigo.
La llevaron de vuelta al estudio-laboratorio. Alessio estaba en la misma posición, absorto en las comple