El chirrido del acero sellándose a sus espaldas era el sonido del fracaso. Rojas, con una fuerza férrea, arrastró a Clara a través de la esclusa exterior justo cuando la puerta interior del laboratorio se cerraba herméticamente. El aire comprimido siseó, y por un instante de silencio sepulcral, solo se escuchó la respiración jadeante de Clara y la voz de Gael, aguda por la urgencia, en el comunicador.
—¡Autodestrucción confirmada! ¡Sellado total en noventa segundos! ¡Neutralización térmica iniciada! ¡Larguen de ahí!
Rojas no necesitó que se lo repitieran. Agarró a Clara del brazo y salió disparado del almacén, arrastrándola a través del espacio vacío de estanterías hacia la luz grisácea del amanecer que comenzaba a filtrarse por la puerta abierta. Los otros miembros del equipo los cubrían, retrocediendo en formación.
Félix, en la sala de control, observaba la escena a través de la cámara corporal de Rojas. Su rostro era una máscara de granito, pero sus nudillos, apoyados en la consola