La revelación de la transmisión de datos cayó como una bomba en el ya tenso ambiente del despacho. La discusión entre Clara y Félix se evaporó, reemplazada por una urgencia gélida. La muerte de Samuel Corvalán ya no era un cierre, sino un ominoso punto y aparte.
—¿Coordenadas exactas? —preguntó Félix, su voz recuperando instantáneamente el tono de comando, plano y letal.
Gael asintió, acercándose a una pantalla táctil en la pared. —Sí. Transmitió a un dispositivo específico a tres calles de distancia, en un radio de no más de cincuenta metros. Un café internet de mala muerte llamado "CiberMundo". Abierto las 24 horas. —Amplió un mapa—. La transmisión fue ultrarrápida y encriptada con un algoritmo que no he visto antes. Se autodestruyó tras la recepción.
—No importa el contenido ahora —cortó Félix—. Importa el receptor. Rojas.
El guardaespaldas, que había permanecido en un rincón como una estatua de alerta, se irguió. —Jefe.
—Toma otro equipo. Ve a ese café. Registra cada centímetro. I