La alerta máxima se propagó por el sótano como un virus silencioso. No hubo golpes frenéticos ni señales evidentes. La comunicación se redujo al mínimo absoluto, solo los patrones de "todo bien" intercambiados esporádicamente para confirmar que nadie había sido descubierto. El silencio mismo se volvió tenso, expectante. Cada chirrido de una cerradura, cada paso en el pasillo, hacía que Clara contuviera el aliento, esperando que fuera el comienzo del asalto o el preludio de una represión sangrienta por parte de Rossi.
Los guardias, a su vez, estaban visiblemente nerviosos. Sus rondas eran más frecuentes e irregulares. Clara, desde su celda, oía fragmentos de sus conversaciones, ahora cargadas de una apremiante urgencia.
—… reforzando la entrada principal con una barricada…
—… todos los sistemas de vigilancia externa están offline…
—… Rossi quiere a la doctora arriba, en la sala de control…
Arriba. En la sala de control. La mención de su nombre hizo que el corazón de Clara se acelerara.