El nuevo colchón era un lujo paradójico. Su relativa suavidad aliviaba los moretones de Clara, pero también suavizaba los contornos de su determinación. La manta, áspera pero limpia, la abrigaba del frío del suelo, pero no del frío que se había instalado en su corazón desde la operación. Anya tenía razón. Al salvar a la adolescente, Clara había mostrado una grieta en su armadura, y Rossi no era hombre de dejar pasar esas oportunidades.
La comunicación con Anya y los demás se volvió más cautelosa. Cada golpe en la pared era ahora precedido por largos minutos de silencio, asegurándose de que ningún guardia merodeara. El mapa mental del sótano se enriquecía lentamente: dieciocho celdas confirmadas, doce ocupadas por prisioneros "aliados", tres por miembros de la organización (posibles informantes o desertores bajo castigo), y tres vacías. Sabían que el guardia del turno de la madrugada, un hombre llamado Marco según lo había oído llamar otro guardia, era el más hablador y descuidado. A m