La oscuridad en la celda B7 se había vuelto una presencia tangible, un líquido espeso que se colaba en sus pulmones y le nublaba los pensamientos. Sin embargo, ahora tenía un ancla: los golpes en la pared. Tap… tap… tap-tap. Tres pausados, dos rápidos. No era un código complejo, pero era consistente. Una afirmación de existencia. Una mano tendida en la negrura.
Clara pasó lo que su cuerpo le dijo que era la "noche" despierta, con la espalda apoyada contra la fría pared de cemento, esperando. El sonido era su único calendario, su único reloj. Cuando los golpes cesaban, la desesperación amenazaba con engulfirla. Cuando regresaban, un tenue hilo de esperanza tiraba de ella hacia la superficie.
Al "amanecer" —un leve claro en la rejilla de la puerta que indicaba que alguien había encendido las luces del pasillo—, los golpes se reanudaron. Pero esta vez, fueron diferentes. Tap… tap… pause… Tap… Luego, un raspado. Como si alguien estuviera arrastrando algo metálico contra el cemento.
Clara