La luz en la biblioteca era tenue, filtrándose pesadamente a través de las gruesas cortinas de terciopelo. John, de pie junto a la chimenea apagada, se apoyaba en su bastón con una elegancia que no podía ocultar del todo la fragilidad que la cirugía había dejado en su cuerpo. Su rostro, aunque pálido, exhibía una satisfacción serena. El triunfo de estar vivo.
Clara permanecía frente a él, la carpeta de "Claudia Reyes" agarrotada entre sus dedos. El peso de los documentos falsos era irrisorio comparado con el peso de la decisión que estaba a punto de tomar.
—Me han informado de tu… rechazo a la libertad —comentó John, con un tono que oscilaba entre la incredulidad y una curiosidad morbosa—. Un gesto inesperado. La mayoría aborrecería estas paredes.
Clara alzó la mirada, encontrando sus ojos oscuros. No era el momento para la sumisión, ni para el desafío abierto. Era el momento para la estrategia más arriesgada de su vida.
—No es un rechazo —rectificó, midiendo cada palabra—. Es una pos