El décimo día amaneció con un silencio extraño. No era el silencio vacío de los días anteriores, sino uno cargado de expectativa, como la calma que precede a una tormenta. Clara despertó con la sensación de que algo había cambiado. El aire mismo parecía más denso, electrizado.
La rutina matutina se desarrolló con normalidad: el técnico con el desayuno, la ropa limpia. Pero cuando Kael apareció, no traía ni modelos anatómicos ni informes médicos. Venía con una invitación.
—El señor John solicita su compañía para cenar esta noche —dijo, con una formalidad que resultaba inquietante—. Considera que ha llegado el momento de una conversación sin intermediarios.
Clara lo miró, buscando en su rostro impasible algún indicio de lo que eso significaba. ¿Era la última oferta? ¿El ultimátum final?
—¿Y si me niego? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
—La cena se servirá a las ocho —respondió Kael, ignorando la pregunta—. Se le proporcionará un vestido adecuado. —Hizo una leve inclinación de ca