El día antes de la boda me sentí bastante mal, estaba enferma física y emocionalmente; afectada por un mal de amor trepidante que me carcomía hasta los cimientos. Pero no dije nada, no hablé del dolor que sentía ni de como mi corazón estaba hecho trizas. Respeté su decisión y me mantuve al margen, si ellos eran felices a mí no me correspondía intervenir supuse que ya llegaría mi momento para pasarla bien y, también, para volver a amar.
Ayudé a Tamyria con todo lo que pude, sintiéndome bastante humillada pero ahora no tenía otra opción, fingir insensibilidad era lo único que me daba fuerza, aquella máscara me mantenía en pie. Le transmití a mi hija esos sentimientos, le hice creer que todo estaría bien, que esto que estaba sucediendo era lo mejor para todo el mundo y que yo genuinamente me alegraba por su papá. Ella se calmó un poco pero se notaba que todo la desconcertaba sin embargo conmigo a su lado indudablemente se sentía más segura.
Esa noche me acosté sintiendo un profundo males