No regresamos a aquel horripilante calabozo sino que me encerro en una cabaña semiderruida en medio de aquel bosque que colindaba al río donde me había torturado. Era un lugar húmedo y frío, plagado de musgo verde en su interior, con piso de tierra y sin ningún mueble. En ese lugar me sumergí en una terrible agonía por el frío que se me metió hasta lo más profundo de mis huesos.
Ya estaba cansada, a este punto la muerte sería un regalo y no una desdicha. No quedaba nada de mí: estaba en los huesos, plagada de cicatrices, granos infectados y heridas abiertas. Mi prodigiosa mente tampoco estaba lúcida, se había perdido en medio de la tinieba, parecía haberse ahogado en aquel río... Sentía como si tuviera agua en el cerebro.
Deseé que Adriano terminará de enloquecer, que trajera un bidón de gasolina y lo vaciara en aquella endeble construcción, que me hiciera arder y finalmente mi sufrimiento terminará. La vida de mis sueños se me había esfumado como agua entre las manos, todo lo que