El día de la boda fue perfecto, como si el universo hubiera conspirado para eso, como si ellos ya estuvieran predestinados desde hacía mucho tiempo. Entonces me tocó mantener la compostura en aquella hermosa y cálida tarde de verano en la que veía como mi vida se me escurría como agua entre las manos.
Tamyria estaba preciosa y si fuera por la cuestión física tenía sentido que él la eligiera a ella, era más delgada y estéticamente más agradable a la vista, yo ni en mil vidas sería tan hegemonica. Quizás era eso, a lo mejor siempre fue así de superficial, se casó conmigo solo por vengarse de ella pero sin dejar de amarla y en cuanto vio la oportunidad me botó como si nada para regresar con la mujer de su vida.
Ella vestía de blanco, lucía pura, parecía una grácil magnolia, una rosa frágil de la cual al verla se siente la necesidad de cuidarla. Ella era una reina y él su predilecto rey. Yo ahí sobraba, estuve serena a pesar del dolor aceptando la pérdida con honor. Vi a mi hija con los a