Gemma no estaba del todo segura de lo que hacía —nunca le había dado placer a ningún hombre antes—, pero poco a poco fue sintiéndose más confiada al escuchar los sonidos que Sebastian dejaba escapar en medio de maldiciones y jadeos entrecortados.
Nunca había pensado que algo como aquello pudiera hacerla sentir tan poderosa. Ella lo llevó tan profundo, una y otra vez, disfrutando de ver a Sebastian tan perdido en su propio placer.
—Suficiente, cariño —ordenó él con la voz ronca. En algún momento había dejado de tener los brazos detrás de la cabeza y ahora una de sus manos estaba enredada en su cabello, sujetándola con firmeza para impedir que siguiera moviéndose.
—¿Hice algo mal? —preguntó, confundida.
Sebastián soltó su agarre de inmediato y le acarició la mejilla con ternura.
—Oh, no, lo hiciste demasiado bien. —Su voz sonaba áspera, casi un gruñido contenido—. Pero no creo poder soportar mucho más… y lo único que quiero es estar dentro de ti. Poseerte.
El calor de sus palabras y la