Gemma levantó la cabeza cuando llamaron a la puerta de su oficina. Su secretaria entró con una expresión que no auguraba nada bueno; de hecho, parecía más bien lista para darle una paliza a alguien.
—¿Qué sucede? —preguntó Gemma.
—La bruja… —Angelina se detuvo para aclararse la garganta—. Quise decir Ginevra. Está en la sala de espera y quiere hablar contigo. Si será una descarada. ¿Acaso no tiene vergüenza? ¿Quieres que le diga que estás ocupada y que se vaya al demonio?
Gemma soltó una carcajada, pero se obligó a ponerse seria enseguida. Conociendo a Angelina, estaba segura de que no bromeaba.
Sacudió la cabeza.
—La recibiré.
—¿Estás segura?
—Sí. Si no hablamos ahora, encontrará otro momento para abordarme. Prefiero enfrentarla aquí antes que en un pasillo en frente de otras personas y descubrir de una vez qué quiere. Hazla pasar, por favor.
Angelina suspiró resignada.
—Está bien.
—Te prometo que, si se pone pesada, gritaré para que vengas a encargarte de ella.
—Entonces espero que