Al haber terminado, el grupo de los perdedores, al estar borrachos, decidió ir a molestarlos. Estaban molestos por haber perdido con un forastero. Además, las molestias se resolvían con la espada.
—El campeón no ha mostrado bien su rostro —dijo uno de ellos.
—Creo que sus ojos son plateados.
—Si es así, al emperador le interesará esa información.
Horus estaba fastidiado por ellos. Agarró la empuñadura de su espada, listo para desenvainarla. Sin embargo, la emperatriz le tocó las piernas con sus pies. Luego asintió.
Horus se puso de pie y se quitó el gorro. Su cabello era rubio y sus ojos azules.
—No es así…
—Borrachos… Solo tienen envidia de que sea mejor que ustedes —dijo uno del público y las risas estallaron.
—¿Y ella qué? Tampoco la hemos visto —dijo el primero. Extendió su brazo para quitarle el gorro.
Horus desenvainó la espada y evitó que siquiera la rozara.
—Tócala y perderás la mano.
Hespéride quedó perpleja y a la vez fascinada por la actitud y por las palabras del príncipe.