Hespéride contempló su apariencia; eran la de un joven, pero su carácter era el de un hombre estricto que había sido tallado a fuerza de pérdida. La estructura de su rostro era severa: pómulos altos y afilados, una mandíbula fuerte y apretada que delataba una tensión perpetua, una boca fina y recta que rara vez se curvaba hacia algo que no fuera un esbozo de desdén o concentración. Su piel, pálida, estaba limpia y perfecta. Era una belleza fría, intimidante, como una espada perfectamente equilibrada: letal, funcional, y terriblemente atractiva en su pureza mortal. Su expresión, incluso de perfil contra la tormenta, era de una severidad tallada en hielo, como si detrás de aquellos ojos plateados habitara una voluntad que ningún fuego común podría derretir.
Luego se alejaron, para ocuparse cada una de sus cosas.
Horus escribió un mensaje breve. El pergamino llevaba el sello de Escarcha marcado con la huella de su anillo, como un destello plateado que impregnaba el papel con frío. En él