El amanecer llegó cubierto de nubes grises.
El mar rugía con una fuerza que me helaba el alma, y por alguna razón, ese día, me sentía diferente.
Decidida.
Cansada de vivir entre sombras.
No había dormido en toda la noche.
El sueño había sido sustituido por una idea fija que me golpeaba el pecho con insistencia: necesitaba hablar con Kael.
No sabía si él decía la verdad, no sabía si en realidad lo conocía… pero las dudas me estaban devorando.
Y después de haber visto aquel colgante, ya no podía seguir fingiendo que todo estaba bien.
Dorian había salido temprano a una reunión, o al menos eso dijo.
Aproveché el momento.
Tomé un abrigo, guardé algo de dinero y caminé hacia la puerta principal.
Mi corazón latía con tanta fuerza que me costaba respirar.
Solo quería respuestas.
Solo quería saber quién era yo realmente.
Pero antes de alcanzar el picaporte, una voz me detuvo.
—¿A dónde crees que vas?
Dorian estaba detrás de mí, apoyado en el marco del pasillo.
Su mirada, que alguna vez había s