Kael
La mañana había comenzado tranquila, demasiado tranquila para mi gusto. Danae me había despertado con el aroma de su cabello enredado entre mis dedos, y los niños habían corrido por la casa como un par de cachorros juguetones, llenándola de risas y caos, luego Lana los llevó a la escuela junto a mis hombres de confianza. Esa calma era lo más peligroso en mi mundo: un silencio antes de la tormenta.
Sabía que no podía confiar en esa paz. Anya estaba suelta, los albaneses se movían como ratas en las alcantarillas, y mis enemigos olían la sangre como tiburones. Por eso había redoblado la seguridad: tres autos blindados más para los recorridos de los mellizos, hombres armados apostados frente a la casa de Danae y en cada esquina de su rutina.
Matteo me había asegurado que todo estaba bajo control, pero en mi negocio, la palabra seguridad era apenas un espejismo.
Estaba en una reunión con mis socios cuando sonó mi teléfono. El nombre de Lana apareció en la pantalla. Contesté al primer