Kael
La música seguía sonando en el salón, violines y saxofones entrelazados en una melodía elegante que se suponía debía envolver la noche con armonía. Pero cuando Danae regresó a la mesa, su rostro desmentía todo el glamour del lugar. Sus labios estaban tensos, sus ojos ardían con un fuego que conocía demasiado bien: furia contenida, el mismo brillo que aparecía en mis enemigos antes de apretar un gatillo.
Me puse de pie antes de que pudiera sentarse. No necesitaba preguntar qué había pasado en ese baño; lo sabía. Había visto a Anya moverse entre la multitud como un fantasma vestido de rojo, una sombra que insistía en recordarnos que el pasado nunca muere de verdad.
—Danae… —murmuré, buscándole la mirada.
Ella negó con la cabeza, sin siquiera dejarme terminar.
—No quiero hablar aquí, Kael.
Podría haberla dejado escapar, permitirle enroscarse en su propio silencio, pero la noche estaba demasiado cargada de amenazas para dejarla sola con sus pensamientos. Y yo no podía soportar verla