El aire me faltaba. Apenas podía respirar mientras conducía a toda velocidad hacia la casa de Kael. Mis manos temblaban sobre el volante, y el corazón me golpeaba con tanta fuerza que pensé que se me iba a salir del pecho.
No podía dejar de ver la imagen. El rostro de Anya.
Sentada en la sala de la abuela, con esa sonrisa serena, como si el tiempo nunca hubiera pasado. Como si la muerte no se la hubiese llevado. Como si las pesadillas que me atormentaron durante cuatro años no fueran más que un mal sueño.
Pero no era la misma. No. Yo la había mirado a los ojos.
En su mirada no estaba la calidez de mi hermana mayor, la que me defendía de todo, la que me peinaba antes de la escuela, la que me prometía que siempre estaría conmigo. No, esa mujer tenía algo oscuro, algo que no reconocía.
Apreté los labios y aceleré más. Tenía que contárselo a Kael.
Cuando por fin llegué, frené de golpe frente a la mansión. El guardia apenas tuvo tiempo de saludarme; crucé el portón corriendo, ignorando tod