La risa de Sofía llenaba el coche como una melodía desconocida para mí, una que jamás había pensado escuchar, mucho menos disfrutar. Lucas pateaba el asiento con impaciencia, preguntando a cada minuto cuánto faltaba para llegar al parque. Yo respondía con paciencia —paciencia que jamás había tenido con nadie—, y era entonces cuando me golpeaba la verdad: esos niños, con sus ojos brillantes y sus sonrisas desdentadas, eran míos. Carne de mi carne, sangre de mi sangre.
Pero mientras sus voces dulces flotaban en el aire, en mi cabeza ardía otra imagen. La de Theo Valdivia, inclinado demasiado cerca de Danae, sonriéndole como si tuviera derecho a hacerlo. La forma en que ella, aunque incómoda, no lo apartó de inmediato. Ese gesto bastó para encender algo oscuro en mí.
Con una mano en el volante marqué el número de Matteo.
—Necesito que investigues a Theo Valdivia —gruñí apenas escuché su voz al otro lado.
—¿El empresario de Valdivia Corp.? —preguntó sin sorpresa, como si ya hubiera an