Kael
El salón brillaba bajo las luces de araña. Había asistido a decenas de galas en mi vida, pero esa tenía un aire distinto. No solo por la magnitud del evento, sino por la impecable organización que se notaba en cada detalle.
Los Montenegro no acostumbrábamos dejarnos impresionar fácilmente, pero debo admitir que aquella noche me sorprendió. El trabajo era minucioso, casi obsesivo… como si la persona detrás de cada arreglo hubiera puesto algo más que simple esfuerzo. Había puesto el alma.
Ajusté el cuello de mi traje, cansado de sonrisas fingidas, de estrechar manos de hombres que decían ser aliados y no lo eran. Mi mundo era una constante máscara, y este tipo de celebraciones solo lo acentuaban.
Decidí tomar un respiro y me alejé de la multitud. Fue entonces cuando escuché unas risas infantiles a mis espaldas.
Me giré, intrigado.
Dos pequeños corrían por el pasillo lateral, ajenos al ruido de la gala. El niño perseguía a la niña, ambos con cabellos oscuros que parecían brillar baj