Danae
El coche se detuvo suavemente frente al imponente salón de eventos. Mi corazón latía más rápido de lo normal, no porque no estuviera acostumbrada a la magnitud de ese tipo de trabajos —al contrario, cuatro años en este mundo me habían curtido—, sino porque aquella gala representaba un escalón más hacia la cima que Lana y yo habíamos trabajado con tanto empeño.
El reflejo en la ventanilla me devolvió la imagen de una mujer distinta a la que había llegado a esta ciudad cuatro años atrás: más madura, más fuerte, con la serenidad de quien ha aprendido a sostenerse sola. Pero esa misma imagen tenía un brillo en los ojos que nunca dejaría de ser vulnerable: el brillo que me devolvían mis hijos cada vez que me miraban.
—¿Ya llegamos, mami? —la vocecita emocionada de Sofía me sacó de mis pensamientos.
—Sí, amor, ya llegamos.
—¡Al trabajo de mamá! —añadió Lucas, golpeando con sus manitas el respaldo del asiento delantero.
Sonreí. Había planeado que se quedaran con la abuela, pero comenzó