Danae
El amanecer apenas se insinuaba en el horizonte cuando Lana y yo subimos al tren. No recuerdo haber dormido nada la noche anterior; mi mente había estado girando como un torbellino interminable, repitiendo las mismas imágenes una y otra vez: la foto de Kael y Anya besándose, su voz quebrada cuando intentó explicarme lo que había sucedido, la sensación de que mi mundo se desmoronaba por segunda vez.
El vagón estaba casi vacío, pero aun así me sentía asfixiada. El corazón me latía con fuerza, como si quisiera escapar de mi pecho, y cada vez que cerraba los ojos veía su rostro. No sabía qué me dolía más: la mentira de Kael, el haber amado al hombre de mi hermana, o la certeza de que, aunque tratara de negarlo, seguía amándolo con la misma fuerza que el primer día.
Lana se acomodó a mi lado, en silencio. No hacía falta que dijera nada; ella me conocía lo suficiente como para entender que estaba hecha pedazos. Me tomó la mano con suavidad y la apretó, un gesto pequeño pero que me sos