Danae
Desperté con el corazón en calma y el eco de una voz que juraría haber escuchado durante la noche. “Estoy aquí, amor”.
Por un segundo, pensé que había sido real. Que Kael había regresado mientras dormía y que todo había terminado. Pero al girar hacia el otro lado de la cama, solo encontré el hueco frío donde él debía estar. La sábana estaba intacta, la almohada vacía.
Me incorporé lentamente, con el cabello aún enredado y el alma temblando. La habitación estaba bañada por la luz tenue del amanecer, ese gris pálido que anuncia el día pero todavía no trae consuelo. Escuchaba el canto de los pájaros en el jardín, el rumor del mar a lo lejos, y el silencio… el maldito silencio que volvía a hundirse sobre mí.
—Kael… —susurré, más para romper la quietud que con esperanza de respuesta.
Nada.
El reloj marcaba las seis y media. Normalmente, a esa hora él estaría en la cocina, revisando algún informe con el teléfono en una mano y una taza de café en la otra. Pero todo seguía en calma. Dem